dc.description | Ni narrar ni describir, Francisco Magallanes abre una tercera vía para la novela. Ni Balzac ni Zolá, ni narrador omnisciente ni narrador testigo: habla. Los personajes hablan, no pueden hacer otra cosa que hablar. No son vistos desde afuera, a la distancia, para detallar cómo van vestidos: el punto de vista es el de la lengua. Desde allí brota todo: trama, intriga, escenarios, protagonistas, aire de época, enigmas. Todo desde la lengua, es decir, del material con el que trabajan los escritores y las escritoras. Un material que, sabemos, siempre viene con todas las marcas de la historicidad, de sistemas políticos y económicos, que funciona, entonces, como un sismógrafo del presente. Un material con el que, también sabemos, somos hablados. La escritura sería, entonces, ese tire y afloje con la lengua, un hacer con el lenguaje, un hacerle cosas al lenguaje antes o a la vez que nos haga cosas a nosotros, antes o a la vez que “taca” nos “aplique mafia”, para usar las palabras de uno de los personajes-voces de El Palomar. Lo que hay es habla, lengua en uso, o la lengua que nos usa. Ni narrar ni describir, flexionar la gramática, y no limpiarle al idioma sus marcas. Y hablando de marcas: Galaxy, Duna, Regata, así se cuenta una época vivida entre el interior de una remisería, el auto y los asados de El Camisa. | es-ES |