Este artículo busca analizar, por una parte, la relación entre ética y política a partir del problema que se plantea en el film de Atom Egoyan, The Sweet Hereafter; y, por otra, quiere mostrar que la reflexión teórica sobre determinados problemas no sólo puede y debe hacerse a partir de textos escritos, sino también tomando en cuenta otros formatos, como los del arte. En efecto, el film presenta una problemática que permite plantear preguntas incómodas para las dos posiciones tradicionalmente en pugna alrededor de la relación entre ética y política: tanto para la clásica, de raíz aristotélica y judeo-cristiana, cuanto para la realista, basada en las reflexiones de Maquiavelo y Max Weber. La primera, representada en el film por la estrategia del abogado, se basa en el valor absoluto de la verdad, y por ello no parece poder pensar las consecuencias para la convivencia que tal verdad puede acarrear. La segunda, encarnada en una parte de las víctimas, se apoya en el cálculo de las consecuencias de sus actos, lo cual le permite afrontar la necesidad de cometer un mal menor –el falso testimonio en el juicio– para evitar un mal mayor –la caída de la comunidad–. No obstante, no parece poder pensar que para una ética política, el cálculo de las consecuencias resulta necesario pero no suficiente, pues nos obligaría a considerar ética una acción política guiada por unos valores que consideramos malos, pero que han sido defendidos de manera responsable.