La marisma del Gamboa era un bellísimo cuadro si se contemplaba desde la plazuela, único mirador de la ciudad concebido como tal para disfrutar de aquel exterior. Estos márgenes más próximos invitaban a los paseos de verano que por esos años se hacían a pie o a caballo para encaramarse por el senderito - hoy trajinada calle - que llevaba a Gamboa Alto, desde donde se podía contemplar la ciudad. Entonces el barrio Gamboa era como un pueblito, como los muchos de Chiloé, unido a Castro por un largo y angosto puente de madera transitado por peatones, jinetes y las ocasionales pasadas del "camión de caminos".