En un paseo urbano por Concepción y hecho con atención aparecerán las columnas de cuando en cuando: adornarán fachadas y se individualizarán en los pórticos. Simularán baldaquinos en las casonas señoriales y celebrarán triunfos en las monumentales columnatas de los palacios de justicia. Pero también se elevarán graciosas y repetidas en los abanicos circulares de Odeones y Rotondas y las veremos magníficas flanqueando estatuas ecuestres o sosteniendo triunfante una diosa, Ceres, en el centro mismo de nuestra plaza mayor. También en traquilos barrios penquistas la veremos reducida innumerables veces a mero ornamento en zócalos y frontones. En otros sectores de factura social más opulenta se convertirá en pilarotes graciosos y hasta en balaustros innecesarios. Como minicolumnatas en balcones y remates y se multiplica en pilares de ventana, relojes de arena, jarrones de argamasa, pérgolas de techoplano otorgando a mansiones dignidades de ostentación. Sobre todo en estos últimos casos el uso de la columna se destaca más como elemento de significación que como mero pilar constructivo. El Concepción decimonónico de fines del siglo pasado destaca la columna en sus afanes de representación cultural y del status social. No podemos pasar entonces indiferentes frente a los vestigios de la arquitectura republicana repartida por la ciudad.