Los estudios sobre patrones de asentamiento han ocupado un lugar central en los programas de investigación arqueológica en prácticamente todo el mundo, intentando principalmente definir las variables ambientales y geográficas que determinan dicho patrón (Willey, Trigger, Thomas, Whalen, Sanger, Amick). La arqueología chilena no ha estado alejada de esta preocupación (Niemeyer et al. 1972-1973; Nuñes, 1965; 1971; Nuñes y Dillehay, 1978; Cornejo et al. 1987; Aldunate et al., Stehberg y Dillehay, Gallardo et al.) aunque no siempre se ha asumido en la forma de programas de investigación de largo alcance. En esta línea, durante las últimas dos décadas la investigación arqueológica en la cordillera andina de Chile Central ha generado distintos enfoques, centrados básicamente en identificar las variables que habrían articulado el uso del espacio por parte del hombre.