dc.description | Este concilio oriental, que terminó con la crisis arriana gracias a la nueva fórmula trinitaria de los Capadocios y al apoyo de Teodosio, confesó la divinidad del Espíritu Santo con términos equivalentes, como que procede del Padre y no por generación, pero dejó una puerta entreabierta para la futura controversia sobre el Filioque. Equilibró el <img width=70 height=12 src="http://fbpe/img/tv/v48n4/res-01.jpg">de Nicea con las tres <img width=80 height=14 src="http://fbpe/img/tv/v48n4/res-02.jpg">de raigambre origenista, y dejó atrás la equivalencia entre <img width=60 height=14 src="http://fbpe/img/tv/v48n4/res-03.jpg"><img width=80 height=15 src="http://fbpe/img/tv/v48n4/res-04.jpg">del anatematismo niceno, desapareciendo también el <img width=190 height=17 src="http://fbpe/img/tv/v48n4/res-05.jpg">. El Hijo y el Espíritu pertenecen, pues, a la divinidad y no a la creación. Así Gregorio de Nacianzo, el teólogo, queda deslumhrado ante el misterio de la unidad y la Trinidad. Es el fin de la interpretación subordinacionista a que tendía la antigua cultura platónica o estoica. En ese sentido, la Trinidad, y no solo el Padre como pretendía el transcendentalismo de Arrio, se ha separado del mundo. Pero esto afecta a los paradigmas bíblicos que regían hasta entonces para concebir la Trinidad: entronización mesiánica, desdoblamiento entre Dios y su Palabra, Sabiduría, Espíritu. La unidad tenderá a colocarse ahora en la substancia y la distinción en la oposición de relaciones, como desarrollarán sobre todo Agustín y Tomás. Esta intelectualización, de menor raigambre económica, llevará a una desvitalización del tratado sobre la Trinidad | |