Cuando el Papa Beato Juan XXIII convocó el Concilio Vaticano II, hacía algo menos de un siglo desde el fin de los trabajos del anterior Concilio ecuménico, Vaticano I, y asistió a la inauguración del Vaticano II un anciano Obispo, centenario ya, que, cuando niño, había presenciado el inicio del anterior Concilio. Y desde la clausura del Concilio anterior al Vaticano I, el de Trento, habían pasado algo más de cuatro siglos. Los Concilios ecuménicos no han tenido, en la historia de la Iglesia, una periodicidad fija y han respondido a la percepción de quienes los convocaron de que en ese momento una asamblea plenaria del Colegio de los Obispos podía responder en forma más adecuada a los desafíos de la época.