LOS CARPINTEROS: IDEOLOGÍA DEL CONTRA SENTIDO
Author
Pacheco González, Andrea
Abstract
El colectivo cubano Los Carpinteros1, formado en 1992 y disuelto en 2018, ha ocupado un lugar destacado en la escena del arte latinoamericano a comienzos del siglo XXI, no solo por su circulación internacional a través de una contundente presencia en exposiciones, colecciones y ferias en todo el mundo, sino también por el aporte plástico y conceptual de su obra al imaginario cultural de la región en el cambio de siglo. Pese a que las categorías geográficas resultan casi siempre fallidas, la producción de Los Carpinteros ha estado profundamente atada a un territorio: Cuba. Incluso cuando trasladan su residencia a Madrid en 2004 y una buena parte de su producción se realiza en Europa, la isla continuó siendo una inagotable fuente creativa para su trabajo.2
Cuba comparte con el continente americano, desde el golfo de México a la Patagonia, circunstancias trágicas que han reverberado en la creación artística de toda la región. Crisis políticas y económicas, conflictos armados, escasez, represión y violencia, acompañada de catástrofes naturales constantes sobre el cimiento de una herida colonial, maciza y transversal como la Cordillera de los Andes. Hay en América Latina y el Caribe un sustrato cultural híbrido y resiliente sostenido en parte por un sentido del humor que puede surgir en mitad de la desgracia. Esta paradoja existencial, que combina placer y padecer, ha permitido que las situaciones más hostiles se transformen en un motor de creatividad, lo que ha marcado la práctica de infinidad de creadores en esos territorios.
Fundado en La Habana, el colectivo estuvo integrado por los artistas Alexandre Arrechea, Dagoberto Rodríguez y Marco A. Castillo. En 2003 Arrechea abandonó el grupo y continuó su carrera en solitario. Durante los 15 años siguientes y, hasta su disolución definitiva en 2018, la agrupación estuvo formada por Castillo y Rodríguez. Ambos artistas continúan también hoy con su práctica artística de forma individual.
“El arte cubano no ha abandonado su carácter coyuntural y contextual; las circunstancias le ofrecen la materia prima necesaria al creador para el desarrollo de su actividad. El artista continúa manifestándose como un cronista de su tiempo. A esto se debe la diversidad de temas y asuntos abordados en los últimos años, así como a la multiplicidad de recursos constructivos y de fórmulas lingüísticas utilizados con el propósito de seguir escribiendo nuestras ‘memorias del subdesarrollo’”. Eugenio Valdés Figueroa, El arte de la negociación y el espacio del juego.