Sabemos que en las primeras décadas del siglo pasado se produjo en Occidente un cambio de paradigma cultural. Una renovación profunda se iniciaba, como respuesta a las necesidades provenientes de un mundo cambiante, con el que debía establecerse nuevos modos de relacionarse. La nueva concepción del mundo se alejaba del positivismo racionalista del siglo XIX y acogía, en cambio, tendencias filosóficas y científicas que conducirían a la valoración de las zonas irracionales del sujeto: existenciales, mítico-simbólicas, inconscientes. Con el desarrollo de la psicología profunda como disciplina, se revaloraron la leyenda, el mito y el folklore como expresiones del inconsciente colectivo y de las dimensiones simbólicas del pensamiento, menospreciadas por el paradigma ilustrado anterior. Las concepciones de la sociedad y la cultura que aportaban corrientes de pensamiento como la psicología freudiana, la filosofía nietzcheana y el marxismo, coincidían en postular la realidad social como un tejido de discursos que enmascaran con sus imaginarios las verdaderas motivaciones y efectivos poderes que la sustentan. Un elemento común en todas estas reformulaciones culturales consiste en su despego de la concepción cartesiana y positivista del sujeto –de índole racionalista y determinista-, para proponer otra que, junto con instalarlo en el misterio y el abandono, en cambio rescata su facultad creadora como fuente de su libertad.