dc.description | Resumen: A fines de los años sesenta se produjo un breve pero importante intercambio epistolar entre quienes tal vez fueron los más significativos actores de los escenarios literario y político-social en el Perú de ese entonces: el escritor José María Arguedas y el dirigente campesino Hugo Blanco (“Correspondencia...”, 1969). Hijos de familias mistis o “decentes” del sur andino, devenidos en voceros de los sectores indígenas del Ande, intercambiaron tres cartas, escritas en quechua, de una inusitada ternura e intensidad, incluso tomando en cuenta el copioso e intenso corpus epistolar del escritor (Forgues, ed. 1993; Murra y López-Baralt, eds. 1996; Pinilla, ed. 2007; Pinilla, ed. 2011a, 2011b; Westphalen, comp. 2011). Casi cincuenta años después, y tras varias entrevistas realizadas a un ya octogenario Hugo Blanco, nos preguntamos por el significado subjetivo de estos textos, redactados en un contexto marcado por cambios radicales en Perú, en el pensamiento político de Arguedas y en su vida personal. Era un momento muy distinto en términos vitales para ambos actores: mientras que a Hugo Blanco se le había ratificado la sentencia de prisión por veinticinco años hacía ya tres años, librándolo de la pena capital, Arguedas había decidido quitarse la vida. Intentaremos observar cómo se reflejan en las cartas ambos momentos vitales e identificar los factores que marcaron el encuentro, entre estos resaltamos la construcción de la autenticidad indígena (Bucholtz 2003; Bucholtz y Hall 2005) por el uso del quechua y mediante la exaltación de la imagen del interlocutor. Resume esta última idea la frase que pronunció un eufórico Arguedas después de leer la carta de Blanco: “¡Es un indio! ¡Puro indio!” (Vidales 1975), a la que hizo eco la exclamación del dirigente campesino en su segunda carta, cuando recordó lo que había sentido después de leer Los ríos profundos: “¡Ya está, carajo, ahora el mismo indio está hablando!”. | |