La educación en América Latina ha tenido, a partir de la década de los 60, una expansión cuantitativa que permitió el acceso a la educación de vastos sectores sociales hasta entonces postergados. Ello, ocurrió en gran medida debido al Programa de Desarrollo de la Educación Primaria, auspiciado por UNESCO y a los compromisos adquiridos por los gobiernos. Sin embargo, la cobertura plena no solucionó los problemas de calidad y parado- jalmente pareciera ser que los agudizó, produciéndose desequilibrios graves que afectan seriamente a la equidad de las oportunidades que deben garantizar los sistemas educacionales. La calidad de la educación “para todos” como lo proclamó la Conferencia de Tomkien, sigue siendo un problema angustiante y una quimera para los sectores de más bajos ingresos de la población en la mayoría de los países de la región. Muchos son los factores que han incidido y continúan haciéndolo en este problema, cuyas expresiones más significativas son las altas tasas de deserción, repitencia y niveles de aprendizaje extraordinariamente bajos en comprensión lectora**' y de procesos matemáticos, que son las herramientas fundamentales para el desarrollo cognitivo e integral de los educandos. Todo ello, se traduce en sistemas educativos que van sembrando de fracasados escolares la malla social de la cual emergen no sólo la pobreza sino la cultura de la pobreza y el subdesarrollo.