En la evolución de nuestra literatura, pareció interesante la contradictoria figura de Pedro Prado Calvo (1886-1952), quien vivió la experiencia de las profundas transformaciones de un mundo que parecía estable. Residir en un cosmos en gran proceso de cambio, le significó asumir que todo evoluciona: el hombre, las instituciones, las ideas, la cultura, lo que le permitió comprender que cada uno debe construir sobre el caos contingente una permanencia personal que salve de la muerte y del olvido. Fundado en esta experiencia, conformó una posición existencial que expresó como un verdadero manifiesto vital que integra, paradójicamente, el cambio y la permanencia y que verbalizará en su quehacer poético. Estar abierto al cambio implica tomar conciencia de los propios límites mentales impuestos por creencias, temores, cultura; y, a la vez, de los límites de espacio y tiempo a que está sometida la existencia del hombre.